jueves, 25 de agosto de 2016

La maldad

Está ahí,
es la ignorancia del que no quiere aprender a vivir,
pero tampoco quiere morir,
tiene miedo,
quiere permanecer,
conservarse,
y sobrevivir,
simplemente sobrevivir,
para tomar remedios
y mirar televisión.

viernes, 30 de octubre de 2015

La inundación

Esa noche todo parecía estar en armonía. Caían del cielo pequeñas y delicadas gotas, que espaciadas milimétricamente se estrellaban una al lado de la otra en el parabrisas con una precisión inigualable, propia de un artista. El asfalto empezaba a mojarse, y las ruedas de los autos, que a determinada velocidad parecen ir hacia atrás despedían agua a lo largo de su circunferencia creando un mándala de caucho, plástico y agua. La velocidad altera lo que vemos, pareciera que lo embellece, o será quizás que nuestra condición humana de sabernos mortales nos sensibiliza ante lo fugaz.
Al llegar a la esquina de Alberdi y Doblas me asome por sobre el volante y vi las nubes del fin del mundo. Parece algo exagerado, pero así era para mí, y pensé que después de todo “el fin del mundo” no es más que la muerte de uno mismo con el consuelo y compañía de un montón de muertes individuales más.
De un momento a otro las delicadas gotas que caían sobre el parabrisas se transformaron en pinceladas de agua violentas y sin sentido aparente, como si se tratara de Jackson Pollock recordándome la belleza del caos. El semáforo cambio a amarillo y acelere impaciente.
Eran las 4:15AM cuando choque mi auto contra el semáforo de Alberdi y Bertres. Después del estruendo, el más profundo de los silencios. El panorama era grotesco. Inmóvil y con parte de mi cuerpo fuera del auto lo último que vi fueron las gotas. Las gotas de la lluvia, incesantes, como si fueran parte de un espectáculo que debe continuar, penetrando en cada fisura de mi cráneo destrozado, mezclándose con la sangre que emergía con furia de lava volcánica. Silencio otra vez. Mis ojos se cerraron y por un instante la oscuridad me pareció eterna.
No me van a creer pero allí estaba, viendo como se inundaba cada compartimento dentro de mi cabeza. Que pesadilla. Bienvenidos a mi mundo. Un pasillo interminable y miles de puertas. Techos bajos blancos y paredes verdes. Nada de suntuosidades. Dentro de las habitaciones había imágenes, algunas borrosas, otras más definidas, podía ver los relieves e identificar formas, en el aire palabras, oraciones inconclusas. Música. El olor a pasto quemado, la sensación de andar en bicicleta. No tengo más tiempo. Corrí por los pasillos intentando frenar el agua e improvisando barricadas mientras todo se volaba a mí alrededor. Las paredes y el techo transpiraban, temblaban. Yo también temblaba. La correntada se llevaba todos los recuerdos de mi vida. En el reflejo del agua como si fuera una pantalla de cine pude ver a mis padres, mi hermana, mis perros, y miradas que alguna vez atesore. El viento se llevaba la música. Miles de melodías, todas sonando a la vez, era ensordecedor pero también esplendido –como Sonic Youth-. El viento, también, se llevo el aroma de la mujer que amaba. -Si supieras la cantidad de palabras que no te dije, palabras que me guarde-.
Lloré, grite, e implore por mis memorias. Aferrado a lo poco que me quedaba resistí todo lo que pude. Con cada gota de sangre se escurría un poco más mi humanidad. Pasaron horas y horas de agua incesante. Todo se había ido, no quedaban imágenes, ni palabras, ni techo, ni paredes, ni cielo. Solo el agua y yo.

Paso la agitación. Me invadió una paz inmensa. Había sido purificado. Y mis gotas, otra vez, formaban parte del todo.   

jueves, 12 de febrero de 2015

De colores


Cambiar significa cambiar,
no se trata de colores,

o creo que si se trata de colores,,
cambiar de color,
que importante cambiar de color!


Avati.

jueves, 20 de marzo de 2014

Dealer del fatalismo


Mientras el tiempo nos despoja de todo,
también de los miedos,
agradezco la soledad,
y la atroz indiferencia de alguna mujer.


Martín Avati.

miércoles, 27 de noviembre de 2013